Reflexiones para tí.

Caifás

Se reunieron entonces los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo en el palacio de Caifás, el sumo sacerdote, y con artimañas buscaban cómo arrestar a Jesús para matarlo. Mateo 26:3, 4.

Caifás era el sumo sacerdote en los últimos años del ministerio terrenal de Cristo y durante los primeros años del cristianismo. Fue en su casa donde se juntaron los religiosos (¡qué absurdo!) para tramar la muerte de Jesús después de la resurrección de Lázaro. Fue él quien organizó la muerte de Cristo. Y fue también él quien estructuró la persecución a los primeros cristianos, tomó prisioneros a Pedro y a Juan, autorizó la ida de Saulo a Damasco para atrapar a los seguidores del Camino y permitió que Esteban fuese apedreado.

¡Qué currículo! En realidad, para cometer tantos errores tan importantes en tan poco, él tuvo que haber estado convencido de algo. La pregunta es ¿de qué estaba tan convencido?

Cuando pienso sobre la vida de este sumo sacerdote, que heredó el cargo de su suegro, llego a la siguiente conclusión: Caifás estaba absolutamente seguro de que él tenía toda la verdad. El riesgo continúa siendo grande, porque el sentimiento de Caifás puede ser tuyo o mío.

Caifás estaba tan convencido de que él era el único representante del Cielo en la tierra y de que él estaba de su lado en cualquier decisión que tomara, que se olvidó de estar al lado de Dios. ¡Tan seguro… y tan errado!

¿Sabes? A veces, me da miedo verme como un pequeño Caifás cuando trato a los demás. Tenemos tanta verdad y tanta luz que en lugar de iluminar la vida de los otros los encandilamos. En lugar de mostrarles el camino, los empujamos.

Como Caifás, no conseguimos pensar en la posibilidad de estar equivocados ni en una actitud ni en una idea. Nos vemos infalibles. Nos sentimos todopoderosos. Todo aquello que no compartimos, por el simple hecho de no compartirlo, está equivocado. Por el contrario, todo lo que creemos, por el simple hecho de creerlo así, está correcto.

Caifás asesinó, mintió, engañó y persiguió… creyendo que todo lo que estaba haciendo (porque él lo estaba haciendo) estaba bien, era lo correcto y tenía la aprobación del Cielo.

¿Cuál es tu límite? Pide a Cristo sabiduría.

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2014
“365 Vidas”
Por: Milton Betancor






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